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Sofía quiere ir al Reina

Hace algún tiempo, hablaba con una encantadora mujer de más de 70 años, llamada Sofía. Me contaba que ahora se daba cuenta de que podía haber cambiado su vida antes. De que había estado atrapada demasiado tiempo en un matrimonio sin futuro. Me decía que ahora necesitaba vivir, conocer gente y desarrollar su amor por la Cultura, exposiciones, conferencias, viajes. Vamos, que le quedaba muy poco tiempo y quería aprovecharlo.

Mientras, decía, sus hijos, de mediana edad, se debatían entre miedos insignificantes, vistos desde una perspectiva de ocaso vital.

Nuestra percepción del tiempo que dura una vida es diferente dependiendo de la edad, entre otros factores que no voy a tratar ahora.

En condiciones normales, el infante no tiene conciencia de la dimensión temporal que supone una vida de  83 años, que es la esperanza de vida en España actualmente. El tiempo pasa más lento para él porque su experiencia de vida es más corta. Cuando le hablas de algo ocurrido el año pasado, lo más probable es que le parezca un tiempo muy lejano. Para un niño de 6 años, un año es una sexta parte de su vida. Una parte de 6. Para un anciano de 83, es una parte de 83, un intervalo sensiblemente menor.

El adolescente, lógicamente, es más consciente del paso del tiempo, pero sigue siendo lento. Puede llegar a ver como viejo a cualquiera que tenga 10 años más que él. Piensa mucho en cumplir años y se le hace largo. Queda mucho tiempo por delante, por tanto puede no tener tanta prisa cuando sus padres se estresan por su provenir.

La edad madura es la más extensa, alternamos momentos en los que perdemos el tiempo y la perspectiva de lo que nos queda; y otras veces sentimos apremio por cómo pasa el tiempo y cómo se va acortando nuestro tiempo de actuación.

Los hijos de Sofía, que tienen entre 35 y 50 años, se hayan en un momento de sus vidas en el que trabajan, atienden a sus familias, sus hogares, gestionan su patrimonio, observan sus obligaciones como ciudadanos, se satisfacen sus necesidades básicas, lidian con los imprevistos. Todo esto lo hacen, lo intentan o son negligentes en algunos aspectos, mientras disfrutan o sufren las consecuencias de las experiencias y decisiones anteriores. Sin olvidarse de cubrir una serie interminable de comportamientos que se esperan de ellos, como estar informado, en forma, leer, tener un buen coche, cultivar la amistad, etc. Les falta el tiempo, se estresan, se enfadan y, a veces, se deprimen, para poder cambiar. Hay mucho que hacer y poco tiempo para pensar en cuánto tiempo de vida puede haber disponible y cómo equilibrar obligación y disfrute.

Estos sentimientos o experiencias psicológicas acerca del tiempo suelen clarificarse en la tercera edad. Y puede tener como consecuencia el aprovechamiento del tiempo o la, más o menos dolorosa, conclusión de que no es posible en parte o totalmente. Pero quizá podamos tener en cuenta el tiempo de vida que nos puede quedar, a la hora de planificar y tomar decisiones.

Parece importante llegar al final de nuestras vidas con la sensación de que hemos hecho aquello de debíamos o queríamos hacer. Que hemos tenido y dado una buena vida a los nuestros. Que lo que dejamos merece la pena. Intentemos valorar nuestro papel en la vida teniendo en cuenta las posibilidades que las circunstancias nos hayan permitido. No seamos crueles con nosotros mismos.

Volviendo a Sofía, le comenté que en muchas ocasiones llegamos a las decisiones vitales sin la madurez apropiada para valorar sus consecuencias, sobre todo aquellas que aparecerán a medio y largo plazo. Elegir pareja o tomar la decisión de dejarla eran uno de los ejemplos pero esto se produce desde el nacimiento.

Es muy improbable que una persona se desarrolle consiguiendo acompasar su ritmo de aprendizaje con las demandas del entorno. Y que lo haga durante toda su vida. Por ejemplo, cuando un niño entra en Educación Primaria con 5 o 6 años, en la mayoría de los Centros se le pide que permanezca sentado durante buena parte de la jornada. No todos los niños han aprendido esa conducta todavía, pero es muy probable que la demanda sea igual para todos.

Esto es fuente de muchos problemas en la escuela. Siempre hay algún grado de desfase, si bien cierto grado de desfase se considera normal y no tiene mayores consecuencias. En muchas ocasiones este desfase nos genera problemas que tardamos años en resolver, con los que podemos tener la sensación de haber perdido el tiempo, oportunidades de vivir mejor.

En terapia, creo que es más importante ayudar a aprender a vivir que enseñar las habilidades y trucos tan demandados.

Afortunadamente, al menos a Sofía, tomar conciencia de su pasado y de su futuro le ayudará a disfrutar más y mejor del resto de su vida. Y la verdad que viéndole, será por mucho tiempo porque está estupenda. Y espero que disfrute de su visita al Museo Reina Sofía.

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