El rencor y mi tesoro

Hace unos días, recibí un “wasap” preguntándome: ¿Cómo puede una persona olvidar el rencor y qué pasos debe seguir para olvidarlo?
Se me ocurre que es probable que todo lo que no se refresca, se olvida. Nuestras experiencias pasadas tienden a ser sustituidas por las recientes.
Hay un proceso ligado a la supervivencia de la especie, que hace que recordemos más lo traumático. Ya que lo traumático es peligroso y es conveniente anticiparse a su repetición para minimizar el daño.
El rencor al que se refiere la pregunta vendría a ser aquello que sentimos cuando revivimos una experiencia dolorosa que entendemos como generada por otra persona.
Solemos utilizar un esquema de tipo “judicial sin garantías” para actuar en los conflictos. Hay un juez, un culpable, un fiscal y quizá un abogado. La persona que siente rencor quizá se erige en juez y fiscal, y culpa a la otra persona de su dolor. Es culpable. Por tanto debe ser castigado. Quizá mi rencor sea su castigo. Mi manera de castigarle por haberme hecho daño. Puesto que mi rencor le hará daño.
Cuanto más dolor, más probabilidad de recuerdo, de revivir el dolor. Cuánto más nos alejamos del perdón y la tolerancia hacia el otro, más dolor y más persistencia del mismo en el tiempo.
Quizá invertimos demasiadas energías en defendernos del dolor, en conservar nuestro tesoro, nuestro débil corazoncito, nuestro prestigio. En defendernos de esa parte inevitable de dolor que implica la vida o la convivencia.
Para defendernos nos hacemos inflexibles, intolerantes y quizá violentos. Y de tanto defendernos, nos hacemos cada vez más débiles. Y al ser, o sentirnos más débiles nos hacemos más inflexibles, intolerantes y quizá violentos en los conflictos. Quizá nuestro tesoro no esté dentro de nosotros sino junto a nosotros.
Lo primero que creo que hay que hacer para olvidar el rencor, es no alimentarlo. Seguramente ya hubo un juicio, una sentencia y el cumplimiento de una pena. Así que según el esquema “judicial con garantías”, todo condenado que cumple su condena se gana el derecho a comenzar de nuevo.
Puede que el conflicto y el dolor recibido hagan que sea imposible una reconciliación. En ese caso, multitud de personas que queremos desaparecen de nuestras vidas, muchas veces por circunstancias normales como un cambio de domicilio. Quizá sea posible que personas a las que no conseguimos querer y suponen una fuente de dolor, puedan desaparecer de nuestras vidas por decisión nuestra.
Lo que vengo a decir es que o perdonas o cortas. Y que a veces es mejor perdonar y otras veces cortar.
Si lo que se quiere es perdonar. Habrá que hacer un esfuerzo por no añadir leña al fuego en tus pensamientos, que terminen por pervertir la realidad de lo que ocurrió. Un esfuerzo para elaborar de nuevo lo que ocurrió, de manera más justa y racional. Por seguir adelante sin estar continuamente obligando a la otra persona a resarcir una deuda pasada.
Si no estás a gusto, si no puedes querer y respetar. Entender que en una relación habrá conflictos y que tienes tu parte de responsabilidad en ellos. Que hay lineas que es mejor no atravesar. Que hay cosas que no van a cambiar. Quizá no estés con la persona que quieres estar, o quizá lo que ocurre es que no estás bien contigo mismo. Y andas midiendo con lupa a los demás.
Por muchos años que cumplamos, siempre somos un poco inexpertos en la vida. Esta inexperiencia nos juega malas pasadas. Es conveniente estar dispuesto a aprender. Es importante aprender a convivir, a respetar. Y no es fácil, porque aprendemos mucho en el sentido opuesto. Equivocarse es normal.
A día de hoy, todavía tenemos un gran problema de violencia de género. Hombres, fundamentalmente, que maltratan e incluso matan a sus parejas.
Todavía hay hombres que creen que la mujer es de su propiedad. Que debe ser como el hombre espera que sea. Y mujeres que esperan que los hombres sean lo que se espera que sean. Lo que se supone que deben ser, según nos dijo nuestro padre, madre, amigo mayor en el banco del parque o nuestro profesor de catequesis.
En la mayoría de las ocasiones el rencor es una emoción inútil, alimentada por nosotros mismos y dificulta seriamente la resolución de los conflictos.
Podemos considerar como normal enfadarse pero tendremos que considerar como igual de normal desenfadarse. Que son los dos trabajos que, siendo niños, nos decían que podíamos hacer cuando nos enfadábamos. Si sólo hacemos la primera…, pues eso es lo que tenemos.
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